Universalidad de estos fenomenos en el tiempo y en el espacio
Hemos visto que tanto las facultades de oratoria como el amor pueden llegar a crear un estado de hechizo. Ahora, y antes de estudiar la forma de defendernos contra los hechizos llevados a cabo a través de la magia, debemos saber si existen realmente algunos métodos prácticos, si son eficaces o si, simplemente, representan un residuo irracional de origen supersticioso que aparece esporádicamente en ciertos períodos de evolución de algunas civilizaciones.
Pero, si por el contrario, descubrimos que en todos los pueblos existe una creencia en los hechizos y una técnica práctica que permite su realización, tendremos que admitir, como mínimo, que la fe en dichas manifestaciones forma parte del comportamiento humano y esto solo sería ya suficiente para justificar su estudio.
Y, si además, después constatamos que la práctica del hechizo tiene éxito en numerosos casos, deberemos buscar, y esto es precisamente lo que nos proponemos hacer, el medio de luchar contra ella.
En sus Leyes, Platón decía:
«Es inútil intentar demostrar a ciertos espíritus sumamente predispuestos que no deben preocuparse en absoluto por las pequeñas figuras de cera que alguien haya podido poner en su puerta, en su tribuna o en las tumbas de sus antepasados, e invitarlos a ignorarlas, porque éstos poseen una fe confusa de lo que representan estos maleficios.
»Aquel que utiliza los encantamientos, los hechizos o cualquier otro maleficio de esta naturaleza para perjudicar a los demás, si es adivino o está versado en el arte de realizar prodigios, ¡que se muera!
»Pero, si no posee conocimiento alguno de estas artes y, sin embargo, está convencido de haber utilizado algún maleficio, entonces el tribunal decidirá cuál será su castigo, tanto en su persona como en sus bienes..»
La ley «Cornelia» condenaba a muerte a aquellos que mataban a personas ausentes pinchando su efigie de cera, y Virgilio, al igual que Ovidio, nos mencionan las muñecas de cera, hechas a imagen de la persona, que utilizaban los hechiceros en sus prácticas.
En el Asno de oro, Apuleyo nos habla de una mujer deseosa de realizar un encantamiento y que envía a su esclava al peluquero, para que consiga algunos cabellos de su amado, destinados a ser empleados para el conjuro.
«Mi ama tiene secretos maravillosos, a los que las sombras de los muertos obedecen, que trastornan a los astros, la conducen a los dioses y triunfan sobre los elementos. Jamás pone tanto de manifiesto la fuerza de su arte como cuando se queda prendada de algún jo-vencito, y ello suele suceder con bastante frecuencia», explica la esclava de la hechicera.
«Ahora está locamente enamorada de un joven beocio, tan apuesto como el día, y utiliza todos los recursos de la magia para conseguir su amor.
»Ayer por la noche, pude oírla amenazar al sol con oscurecerlo y cubrirlo de tinieblas eternas si no se ocultaba antes de lo habitual para dar lugar a la noche, cuyas sombras le permitirían poder trabajar en sus he-chizos.
»Ayer, al volver de los baños, vio por casualidad a este joven en la barbería y me ordenó que fuese hasta allí para recoger y traerle furtivamente algunos de sus cabellos ya cortados y caídos en el suelo.
»Pero el barbero, a hurtadillas, me vio cogerlos.
Y como tanto mi ama como yo, tenemos fama de brujas, me cogió con fuerza del brazo y me dijo:
"Desgraciada, ¿cuándo dejarás de seguir robándome los cabellos de los jóvenes más apuestos? Si continúas haciéndolo, te denunciaré a los magistrados".
»El efecto sigue a la amenaza, metió la mano en mi seno y, furioso, me quitó los mechones de pelo que había escondido en él.»
Sin salir de Europa, aunque más cercano a noso-tros, Jean Wier escribía:
«Algunos piensan en hacer daño a otros creando una imagen en nombre de aquél al que piensan perjudicar. La hacen con cera virgen o nueva y le ponen el corazón de una golondrina bajo el brazo derecho. Además, en su propio cuello, cuelgan una efigie con hilo totalmente nuevo y la pinchan en alguno de sus miembros con una aguja nueva, diciendo algunas palabras que no pienso repetir por temor a que los curiosos puedan abusar de éstas.
Algunas veces, esta imagen también puede estar hecha de bronce, y para crear una mayor deformidad invierten los miembros, poniéndole el pie en lugar de la mano y la mano en lugar de un pie o la cara al revés, etcétera.
»Para hacer más daño todavía, hacen una imagen en forma de hombre, le escriben un cierto nombre encima de la cabeza y, a los lados, ponen esto: Alif, Lafeil, Lazahit mel meltat levantam leutace.
»Después, la entierran en un sepulcro. Para crear el mismo efecto, tal y como dicen ellos, cuando domina Marte, preparan dos imágenes. Una es de cera y la otra está hecha con las cenizas de un hombre muerto. Se coloca un poco de hierro, con el cual haya muerto un hombre, en la mano de una de las imágenes para pinchar la cabeza de la imagen que representa a aquel al que se le desea la muerte.
Se escriben dos nombres en una y en otra, con caracteres particulares que se hacen aparte y así, uno se esconde y se coloca en cierto lugar.»
Antes de dejar Europa, recordaremos que la creencia del hechizo persiste aún en nuestros días. No pasa ni un solo año sin que la prensa publique más de un artículo de esta índole. Incluso en Paris vive un contra-hechicero cuya actividad tiene como objeto luchar contra los sortilegios y, si pasamos del hechizo humano a los casos de posesión, debemos recordar que cada diócesis cuenta con un sacerdorte exorcista encargado de expulsar a los espintas de cuerpo de los posesos. Estos sacerdotes actúan con muchísima precaución, pues la Iglesia es muy prudente en este aspecto y detecta con facilidad aquellos casos que precisan tan sólo de una terapia médica.
Los asiáticos, los habitantes de Oceanía y los indios se dedican a los hechizos fabricando efigies o figuras a imagen de aquéllos sobre los que quieren actuar.
Las Escrituras contienen numerosos pasajes relacionados con casos de posesión y de sortilegios,
Dos grandes religiones surgieron de la corriente del pensamiento semita, después de que los judíos, pueblo nómada y bastante pobre, hubiese sido empujado al concepto del Dios único, debido a las dificultades de transporte.
Evidentemente, esta noción del Dios único es la que dirige el pensamiento de los iniciados. Sin embargo, resalta curioso que haya sido vulgarizado por un pueblo relativamente atrasado, pero de espíritu práctico que, molesto por el transporte de los numerosos ídolos a través del desierto, unificó el pensamiento religioso exotérico para disminuir el peso de su equipaje!
Pero volvamos a estas dos religiones. El cristianismo conoce las posesiones y los hechizos y castigó a aquellos que se dedicaban a los sortilegios.
La religión de Mahoma prefirió prevenir que curar y condenó la representación de la figura humana, no sólo por prohibir el retorno a la idolatría de una población apenas separada de sus creencias paganas, sino también para evitar que la representación de la persona humana se convirtiese en un nuevo pretexto para la actividad de los numerosos brujos de las tribus.
Aún en la actualidad, Africa sigue siendo la tierra predilecta de los hechiceros. Los negros viven en un ambiente profundamente mágico y el fetichismo no les basta. Disponen también de hacedores de contra-he-chizos para defenderse.
Así pues, y una vez hecho un examen general de la situación, resultará conveniente que detengamos nuestra atención en el estudio del continente africano. Las operaciones de hechizo son frecuentes y sus rituales muy conocidos. Ciertamente, estos rituales varían de pueblo en pueblo, al igual que de continente en continente. Sin embargo, sus bases y su profundo sentido son los mismos en odas partes y vamos a poder estudiarlo in vivo.
Para ello, recurriremos a un texto del eminente monseñor Leroy, así como a diversos hechos relatados por Pierre Fontaine en su obra La Magia entre los negros.
Monseñor Leroy nos explica la consagración de un fetiche vengador en la región de Gabón,
«En este aspecto, no se trata de vanas y risibles supersticiones. Cuando entramos en un bosque junto con el brujo encargado de la creación de un fetiche de la venganza, al cortar el árbol destinado a hacer la estatuilla, cuando hablamos de una persona, ante todo está prohibido llamarla por su nombre, Si así lo hicié-ramos, el individuo moriría y su alma entraría auto máticamente en el árbol y se convertiría en el espírita del fetiche en cuestión.
»Pero aquel que lo hubiese llamado por su nombre debería arreglar este asunto de por vida con los padres del hombre cuya existencia hubiese sido sacrificada tan a la ligera.
»Normalmente, también se empieza por tener una jerga secreta en la que se decide qué "Kulu", es decir, qué alma debe escogerse para influir al fetiche. Por regla general, suele escogerse a un hombre de valor demostrado y, sobre todo, a un gran y atrevido ca-zador.
»Una vez realizada la elección, se va al bosque y el individuo escogido es llamado por su nombre. Enton-ces, el hechicero corta el árbol y se dice que la sangre resbala al instante sobre su hacha.
»Se degüella a una gallina y su sangre se mezcla con la que resbala por el árbol. El individuo nombrado muere en ese mismo momento, o como máximo, deberá morir al cabo de diez días.
«Su vida ha sido sacrificada por una causa que los hechiceros consideran como un bien para el pueblo.
»Afirman que la persona así nombrada siempre se muere y niegan cualquier posibilidad de envenenamien-to, así como la utilización de cualquier otro medio material que pudiera estar al alcance del hombre.»
Con frecuencia, en las exposiciones de arte negro se suelen ver fetiches con clavos clavados en la madera con la que están formados. Es que aquellos que se dirigen al fetiche para obtener de él, tras la consagración que venimos de describir, la muerte de un enemigo, clavan un clavo al formular sus invocaciones.
Una vez terminada la plegaria y efectuado el ritual, será el «Kulu», es decir el alma del muerto que ha sido sacrificada por el interés de la tribu, quien ejecute su venganza: de hecho, se trata de una sugestión, de un traslado de fuerza psíquica a distancia. El ritual favorece la concentración de la fuerza que emana del hechicero y el fetiche asume un papel de condensador, tal y como ya lo hemos explicado anteriormente.
Pierre Fontaine nos cuenta algunos casos de hechizos realizados a través de objetos.
Este nos explica que al ir a visitar a uno de sus amigos europeos en el bajo Sudán, lo encontró en compañía de una sourai mestiza la cual, tal y como declaraban los indígenas, estaba poseída por el demonio del amor.
Ya había estado casada tres veces y llevaba a todos sus compañeros al borde la muerte, exigiéndoles unas proezas sexuales muy por encima de las fuerzas humanas.
El autor, preocupado por el destino de su amigo, mantuvo una larga conversación con un hacedor de hechizos de una región vecina y éste le dijo que la sourai, seguramente, se hallaría en posesión del cinturón del amor que une los sentidos, pero no el corazón.
El hacedor de hechizos le explicó que, para liberar a su amigo de la influencia de esta mujer, el cinturón debía ser destruido. Seguramente le resultaría muy fácil encontrarlo, ya que era imprescindible que estuviese escondido en algún lugar próximo al amante, con el fin de que sus efluvios actuasen sobre éste.
Enseguida se puso a buscarlo y lo descubrió sin dificultad en casa de su amigo. Estaba hecho con láminas de madera unidas mediante un sólido hilo de cáñamo y llevaba imágenes que evocaban los placeres sexuales.
Sin decitle nada a nadie, quemó el cinturón y, poco después, su amigo recuperó su equilibrio y consiguió separarse de la muchacha.
Podríamos citar numerosos ejemplos de objetos preparados ritualmente y cuyo efecto ha podido ser comprobado. Pero ello nos apartaría del objetivo de nuestro tema que, en este capítulo, es el del hechizo en general y no sólo el del «encantamiento» obtenido a través de un objeto.
Los hacedores de hechizos negros hechizan consiguiendo un fragmento de alguna materia que haya estado en contacto con la persona a la que quieren someter a sus deseos. A menudo, se conforman con un trozo de tejido o de trenza, pero prefieren recortes de uñas, algún mechón de cabello o pelos del pubis. Según ellos, los exerementos son el elemento que proporciona un éxito seguro.
Así pues, mezclan los fragmentos de los que disponen con hierbas mágicas y forman una estatuilla.
Después de los encantamientos espirituales, el hacedor de hechizos operará directamente sobre la estatuilla con el fín de obtener el resultado deseado. Le cortará algún miembro a la estatuilla y le pinchará los ojos o las orejas para provocarle un accidente, parálisis, ceguera o sordera.
La muerte se conseguirá al enterrar a la estatuilla o al quemarla a fuego lento. La efigie siempre suele ser bastante tosca y su semejanza con la persona a la que se pretende hechizar, mínima. La única indicación precisa modelada por el primitivo escultor es la del sexo de la persona en cuestión.
Pero los negros sólo hechizan con la ayuda de muñecas o de filtros y pueden actuar directamente por transferencia de fuerza psíquica a distancia y, así, obtener la muerte de la persona que es objeto de su conjuro.
Los bantús, por ejemplo, actúan así: «Cortan árboles que contienen esencias conocidas por el hechicero y preparan una hoguera. En esta hoguera, depositan una piedra plana que es la que utilizan para los sacrificios de animales. Remueven la tierra para que los espíritus malignos que contiene puedan salir con más facilidad. Las mujeres con el período son situadas en primer lugar puesto que, según los bantús, esta condición de la mujer se debe a que están dominadas por espíritus malignos. Seis jóvenes vírgenes bailan alrededor de la hoguera, al ritmo del tam-tam. En efecto, los espíritus malignos se sienten atraídos por los cuerpos que el hombre todavía no había visitado. Después, aquellas adoptan posturas lúbricas e invitan a los malos espíritus a penetrar en ellas.
»Más tarde, aparecen seis jóvenes guerreros e inician una danza ritual que representa una terrible lucha contra un enemigo invisible.
»Esta parte del ritual tiene como objeto demostrar a los espíritus malignos lo que tienen que hacer para atacar al enemigo contra el que se está actuando a
través de la magia.
»Después, aparecen los dos hechiceros disfraza-dos, con la cara cubierta de horribles máscaras y la cabeza adorada con los cuernos de un búfalo. Sus manos están vacías.
»Los dos empiezan a bailar alrededor de la hogue-ra, con los talones adornados con una larga cola peluda. Pronuncian toda una serie de encantamientos en una lengua desconocida que, probablemente debe de tratarse de algún dialecto sagrado.
»Sin que se acerquen, la hoguera se enciende de repente y se procede al sacrificio de un macho cabrío.
»Entonces, la hoguera se apaga bruscamente.»
En ese momento, eran las dos y veinticuatro minutos, precisa el narrador.
El brujo le dijo a la persona de raza blanca que le había encargado el hechizo:
—Tu enemigo ha muerto y ello ha resultado muy difícil. He hecho bien al pedir ayuda a los espíritus.
Estos han causado la muerte a tu enemigo y han vuelto a coger el fuego cuyo humo los había llevado hasta allí... Tu futura muerte ya está vengada.
El hechizado murió esa misma noche a las dos y treinta minutos de la madrugada. El hacedor de hechi-zos, que sabía cómo protegerse contra el efecto boomerang, sobrevivió.
Pero la persona que había encargado el conjuro, unos días más tarde, fue víctima de un accidente de caza y murió a causa de un disparo procedente de la escopeta de uno de los colaboradores de aquél al que había deseado la muerte.
Resulta evidente que los hacedores de hechizos jamás actúan contra otros hacedores de hechizos, pues temen tener que enfrentarse a alguien todavía más poderoso que ellos.
A esto sólo se atreven los hacedores de contra-hechizos quienes, en la práctica, se prestan a operaciones de esta índole. Lo pintoresco de las ceremonias que acabamos de describir no debe hacernos olvidar que, en nuestras regiones, la magia rural también suele recurrir, aunque con mucha menos pomposidad, a operaciones que persiguen este mismo objetivo.
Todos nosotros hemos podido conocer hechos así e, incluso algunos han tenido la oportunidad de verifi-carlos, No serviría de nada aumentar el múmero de ejemplos, Los hechizos se practican en todas partes. El espíritu del ritual es siempre el mismo. Sólo su forma se modifica, dependiendo de que los pueblos considerados sean paganos o cristianos.
El Mago negro invoca los poderes de la naturaleza, mientras que el hechicero europeo invoca la ayuda de la divinidad...
Con este libro no pretendemos instruirles sobre la historia del hechizo, sino sobre las técnicas prácticas de protección.
En nuestros civilizados, el desbechizo y el contra hechizo ya no son privilegio de una casta. Están al alcance de todo aquel que quiera practicatios
Ahora , y con las oportunas reservas, describiremos lo más importame de los métodos utilizados por los hechiceros, y después, pasaremos a indicarles con todo detalle los medios para luchar contra ellos, así como para devolver a sus autores los efectos» que ésos se proponían hacer sufrir a su víctima.